Partiendo desde Capileira hacia la Cebadilla. |
Miraba a mi alrededor, lo difícil de la pendiente, lo fuerte del frío, la ausencia de sol por doquier, las lomas que dibujaban solo siluetas que iban para arriba y más arriba, que se perdían entre otras pendientes aún más lejanas, aún más empinadas.
Nos fuimos al Mulhacén (3,489 mtrs). Algunos las vacaciones las pasan sobre la arena, despejando el trajín de la rutina y el día a día entre cócteles y bebidas espirituosas, refrescantes y de buen sabor, a orillas de cualquier balneario, en concordia de un sol espléndido y con la compañía de un buen comer. Si, a mi también me gustan esas vacaciones, comer copiosamente y disfrutar de los paseos a pie de mar; aunque para mí no sería más que hacer un poco, otra vez, de lo que hago diariamente puesto que tengo la suerte de vivir cerca al mar y trabajar a escasos metros de él, pasear lo que quiero antes y después del trabajo y disfrutar de todo lo que a esta vida acompaña por ello, cuando tengo vacaciones, opto por escapar a la montaña, hacía aquella que dije que jamás iría tan a menudo y juré jamás de los jamases subir no sea que hubiera un algo realmente valioso y por lo que sufrir allí arriba.
Os lo digo: nos fuimos al Mulhacén. Llevaba desde enero de este año (2011) pensando en la posibilidad de subir el pico más alto de la Península. Había vuelto de subir el Ben Nevis en Escocia, lo que vendría a ser el pico más alto de Inglaterra. La satisfacción fue realmente única teniendo en cuenta que sin crampones y con nieve de la estación a la vista pudimos subirlo aún a costa de un cansancio físico que se hizo presente después de 5 horas en las que no hicimos más que subir. Claro, la subida desde los 80 msnm hasta los 1300 en casi 5 horas no fue sencilla pero... (siempre existe un pero) fue la antesala a, posteriormente, encararnos a la misión de subir el pico más alto de la Península Ibérica sea como sea. Y así nos lo propusimos.
La fatiga que me recorre el cuerpo solo recordarlo es inenarrable. Nunca, ni subiendo el Salkantay (Salkantaypampa 4,600 msnm) lo había pasado tan mal. Quizá porque para subir los Andes ya veniamos a tope de pastillas para el mal de altura y con ropa adecuada para este tipo de excursión. En este caso para subir el Mulhacén y creyéndome que la temperatura no descendería no cargué con lo respectivo para hacer del ascenso una jornada de caminata sino agradable cuando menos pasable. Pues eso, lo recuerdo y el cuerpo se me hiela como si pasara en este mismo momento en que les relato esta pseudo pesadilla. Pesadilla porque por una vez pensé no poder terminar tamaña expedición. Pensé tirar la toalla en cuatro oportunidades, pensé agarrar mis "chivas" e irme al carajo sea como sea.
Mapas de ascensos y descensos, total para qué! |
Puedo dividir esta experiencia en tres etapas:
Etapa 1: Subir y subir, tremenda calor.
A lo lejos el Mulhacén. |
Llegamos a Capileira (1200 msnm) allí dejamos el coche. Me dirijo al Centro de Interpretación de Altas Cumbres (CDIAC), claro, por supuesto, uno no puede aventurarse a la locura, aunque que más da lo que te diga el profesional si al final voy a hacer lo que me dé en gana. El señor, entendido en la materia, no hizo más que recomendar la ruta sencilla, pero yo había ido a sufrir o a quedarme en la montaña así que de fácil nada y opté por la dura, la complicada, la difícil, y vale que ya fuera de por si una verdadera tortura pero hacerla de 12 del día a 5 de la tarde, en medio del sol, con alrededor 34 grados se convertía en un suicidio en toda regla.
Ruta hacia la Cebadilla y andar, andar. Qué calor! Aquel sol imparable quemaba todo lo que tenía a bien o a mal alumbrar. La piel hervía, la sed apremiaba y cada dos por tres hubo que detenerse a los pies de un arrollo a mojarse el cuello, los brazos y las piernas.
No había otra cosa que hacer: para subir el Mulhacén íbamos a sufrir, ya lo vaticinaba el estrepitoso calor, y lo empinado del camino. El final del día debía de ser: El refugio de Poqueira (2500 metros) ubicado en la vertiente sur de Sierra Nevada, sobre el barranco de Poqueira a los pies del Mulhacén. Hasta aquí había que llegar el primer día, descansar, comer bien y preparar ea ascensión al pico para la mañana siguiente.
Etapa 2: Me congelo, volvamos a casa.
Pocas veces me había acordado yo tanto de aquella frase que mi madre inteligentemente repetía: "Y quién mierda te mandó a estar allí". Esta frase se repetía cual eco sin ningún atisbo de perdón o de descanso en mi cabeza. La subida la empezaríamos sobre las 08:15 am (hora zulu) por la cara oeste de la montaña. La cara oeste no tiene más misterios, es una de las caras más asequibles para empezar esto antes de enterarme que la cara este es mucho más relajada, de loma arriba y loma abajo, sin demasiada pendiente de por medio.
Empezamos la subida, y de paso el congelamiento. Provista de unos buenos pantalones de montaña, medias gruesas, camiseta, polar y un par de guantes apropiados para el entorno yo me dispuse a subir el Mulhacén "bendito" y coronar la cima cual Pasabán en sus inicios, muy iniciales, claro esta y valga la redundancia.
Las vistas desde la montaña son impresionantes |
Luego de una hora las manos no eran mías, empecé a creer que otro ente las había hecho suyas o que simplemente se me habrían quedado en el camino porque yo sencillamente no las sentía más. Mis pies iban por el mismo camino o por uno diferente creo yo porque tampoco los sentía como parte de mi cuerpo y de paso la cabeza empezaba a doler como resultado del frío. Lágrima y correr hacía la ladera por donde se asoma el sol para que haga su trabajo y caliente mi cuerpo para poder proseguir con la travesía, caso contrario me vería en la obligación de bajar y volver lo andado por, creo yo, congelamiento del bueno, sí señor! Ahora bien, me dirán que soy una exagerada... teniendo en cuenta que había quienes subían en pantalones cortos, no lo sé, pero con lo que a mí respecta yo estaba pasando mucho frío y no era ninguna broma.
Luego de subir y subir por la dichosa cara oeste, pudimos, después de casi 4 horas llegar a la cima del Mulhacén. Un pendiente de piedra que se hizo eterna subir era la antesala a tan espectacular panorama y vista que estaba a punto de desvelarse ante mis ojos. Aquella pendiente de unos 600 metros de altura la recordaré el resto de mi vida, ¡Eso lo puedo jurar! Luego de prácticamente dejarnos los cuádriceps en aquella subida pudimos por fin llegar a lo más alto de la Península Ibérica.
En la cima del Mulhacén (3489 metros) |
Etapa 3: ¡La manía de no escuchar a quien tiene la razón y sabe de lo que habla!
Una vez descansados, empezamos el descenso.
Aún recuerdo que el guarda del CDIAC nos recomendó el descenso por la loma de la montaña, caso omiso que hicimos prefiriendo seguir las instrucciones de las mujeres que regentaban el refugio quienes nos dijeron que bajando por la cara sur nos ahorraríamos por lo menos una hora de camino. ¡Craso error!
A ver, os lo cuento, si alguien tiene pensado subir y bajar el Mulhacén (obviamente que si se sube se baja) atención: No descender por la vertiente sur, no, no y no. Es una locura, además de un sin propósito en toda regla. La cara sur es muy empinada. Llena de grandes piedras y pequeñas cual arena, los pies no llegan a fijarse en la ladera, aquello resbala como si de agua se tratase obligando a hacer más resistencia a través de las rodillas, fatal! No hacía ni 45 minutos que empezamos el descenso que mi rodilla derecha, que ya venía tocada del Camino de Santiago (mayo 2011), no tuvo mejor idea que tronarse y empezar a dar el fastidio cuando faltaban aún cerca de dos horas para llegar al refugio.
¿Por qué? me repetía constantemente, porque si, me respondía a fin de darme ánimos. Angustiosa bajada, dolorosa, larga, cansada, pero terminada con pundonor como diría los valientes y gallardos. Con la rodilla derecha doliendo y la izquierda empezando a molestar bajé aquellas pendientes sin mirar atrás, deseando llegar cuanto antes y tomarme a pie de mar una de esas caipirinhas que en mi mente otros disfrutaban al sonido del vaivén de las olas.
Cara Sur del Mulhacén |
Si, el Mulhacén me ha supuesto mucho esfuerzo, mucho más que cualquier otra montaña que haya subido aquí o allí, pero es que pensando en el camino de vuelta, no siempre ni cualquiera sube una montaña de 3489 metros de altura con un desnivel acumulado de 2289 metros o algo parecido. Suena fácil, se lee rápido pero cuando se está allí y lo miras desde lejos parece un imposible, cuándo lo observas a distancia media pareciera que ni en sueños y cuando te encuentras a sus laderas piensas que es mejor no continuar y claudicar en el intento. Claro que me ha supuesto esfuerzo, un tremendo esfuerzo diría yo, pero allí en la cima, rodeado de aire, mirando de un lado el mar y del otro las llanuras no hubo sensación más buena y auténtica que sentirse, estar y verse en los más alto de lo conocido. Y con esto me quedo.
Lessar.